Los vicios del corazón

03 Feb, 2015

IMAM GAZALI (BIDAYA)

Muchas son las cualidades vituperables del corazón, y larga es la empresa de purificarlo, de sus males y difícil de entender el método o tratamiento para curarlas.

La teoría y la práctica de este método se ha olvidado por completo, porque las gentes no se preocupan de sus almas, atraídos por el falso brillo de las cosas de este mundo.

En el Ihya Ulum Din (La revivificación de las ciencias religiosas), hemos desarrollado por extenso toda esta materia, dedicando a ella sus dos últimas partes; pero aquí nos limitaremos a precaverte contra los tres vicios del corazón que más dominan a las personas que se dedican en nuestros días al estudio, a fin de que te guardes de ellos, porque son mortales en sí mismos y madres de todos los demás vicios, a saber:
– La envidia, la hipocresía y la Vanidad. Esfuérzate, pues, en purificar de ellos tu corazón.

1°) LA ENVIDIA

Es una rama de la ambición y avaricia. El avaro es avaro de lo que posee, contra sus prójimos. El ambicioso es avaro de las divinas gracias (que en los tesoros de la Omnipotencia se encierran y que él no posee), contra sus prójimos.

Es, pues, más grave su avaricia que la del simple avaro. El envidioso es el que se disgusta de que Dios otorgue las Gracias de los tesoros de su Omnipotencia a uno cualquiera de sus siervos, es decir, la ciencia, la fortuna, el amor de la gente u otro de los bienes de la vida; y esto, hasta tal punto, que el envidioso desearía que de tales gracias o bienes fuesen privados sus prójimos, aunque él personalmente ninguna ventaja lograse por ello.

Es, pues, este vicio el colmo de la perversidad. Por eso dijo el Profeta Muhammad ( ) que la envidia devora las buenas cualidades, como el fuego la leña.

Pero el envidioso recibe su castigo, y sin remisión ni misericordia, aun en este mundo, porque en el mundo no podrán faltar jamás personas (y muchas, por cierto) relacionadas y conocidas del envidioso, a las cuales haya otorgado Dios sus beneficios, el saber, las riquezas y los honores, que atormentarán sin cesar al envidioso hasta que muera, antes de que reciba en la otra vida un tormento mayor y más terrible.

Pero hay algo más:
-El devoto no alcanzará la perfección real y positiva de la fe religiosa, mientras no quiera para los demás musulmanes, hermanos suyos en la fe, lo mismo que quiere para sí propio.

Es preciso que se haga solidario de ellos:
– En la prosperidad como en la desgracia, porque los musulmanes deben ser como una sola y bien fraguada edificación, cuyas partes mutuamente se apoyan y fortalecen unas a otras, y como un solo cuerpo, en el cual si un miembro se siente aquejado por un dolor, todos los otros miembros se resienten y quejan, Si pues en tu corazón no sientes esta simpatía, más te valdrá ocuparte en buscar los medios de librarte de la eterna condenación, que no en estudiar las peregrinas cuestiones de la ética o del derecho procesal.

2°) LA HIPOCRESIA ESPIRITUAL

Este vicio es un politeísmo secreto, es uno de los dos politeísmos.
Consiste en que busques lograr prestigio en los corazones de los hombres, para obtener así honor y respeto.

El amor de los honores es una de las pasiones más seductoras. La mayoría de las gentes se pierden por ese amor. Y así resulta que los hombres no se pierden sino por los hombres.

Si la humanidad fuese discreta, advertiría que la mayor parte de las ciencias que por el estudio adquiere y de las obras de devoción que practica, y hasta las acciones indiferentes de la vida habitual y profana, no las hace sino por ese estímulo del bien parecer, es decir, por hipocresía, para que los demás tengan de uno buena opinión.

Esta hipocresía inutiliza el fruto de toda obra buena, según se consigna en aquella tradición del Profeta, que dice que el mártir de la guerra santa será lanzado al infierno en el día del juicio, y que entonces clamará:
« ¡Señor! ¡Yo sufrí el martirio en tu servicio!»

Pero Dios le responderá:
« Tú deseabas que dijeran, Fulano es valiente»; pues bien: ya lo han dicho; y ese dicho de las gentes es tu recompensa.»

Eso mismo se les dirá en aquel día al sabio, al peregrino y al lector del Qur´an.

3ª) LA VANIDAD, LA SOBERBIA Y EL ORGULLO

Esta sí que es dolencia difícil de curar. Consiste en mirarse el devoto a sí mismo con ojos de glorificación y ensalzamiento, y a los demás con ojos de desprecio.

Sus consecuencias o efectos en la lengua son decir:
« ¡Yo y yo!», como el maldito Satanás dijo a Dios:

وَإِذۡ قُلۡنَا لِلۡمَلَـٰٓٮِٕكَةِ ٱسۡجُدُواْ لِأَدَمَ فَسَجَدُوٓاْ إِلَّآ إِبۡلِيسَ أَبَىٰ وَٱسۡتَكۡبَرَ وَكَانَ مِنَ ٱلۡكَـٰفِرِينَ (٣٤)

Y cuando dijimos a los ángeles:
– “¡Postraos ante Adán!”-se postraron todos, excepto Satanás (Iblis), que se negó y se mostró arrogante y así se convirtió en uno de los que niegan la verdad. (Qur´an 2:34)

«Yo soy mejor que él [es decir, que Adán], pues me creaste de fuego y a él de barro.»

Fruto de este vicio, en las tertulias o conferencias literarias, es el buscar siempre en la discusión la supremacía y la prioridad sobre los otros, procurando ser el primero que tome siempre la palabra e indignándose si sus razones son refutadas.

El soberbio es aquel que, si se le amonesta o aconseja, rehúsa, pero, si quien amonesta es él, lo hace con dureza y violencia. Todo el que se estima a sí propio como mejor que sus prójimos, es soberbio.

Por el contrario, tú debes tener siempre presente que el mejor es aquel que a los ojos de Dios será el mejor en la vida futura. Y esto es un misterio, pues depende de si morirá o no en Gracia de Dios.

Por consiguiente, es pura insensatez de tu parte el que te creas mejor que tus prójimos. Antes conviene que no mires a nadie sin creer que es mejor que tú y más perfecto y virtuoso.

Y así, cuando veas a alguien de menor edad que la tuya, deberás decirte:
-«Este no ha ofendido a Dios, mientras que yo lo ofendí, luego es mejor que yo.»

Y cuando veas a alguien de más años que los tuyos, deberás decirte:
-«Este ha servido a Dios antes que yo, luego no hay duda de que es mejor que yo.»

Y si es un sabio, te dirás:
-«A éste se le ha otorgado por Dios un don que a mí me falta y ha llegado a un grado de perfección que yo no logré y conoce lo que yo ignoro.»

-¿Cómo, pues, voy a ser yo semejante a él?»

Y si es un ignorante, dirás:
«Este ofendió a Dios por ignorancia, mientras que yo le ofendí con plena advertencia; de modo que mi responsabilidad es mayor que la suya a los ojos de Dios; y por otra parte, no sé cómo será mi muerte ni la suya.»

Y si es un infiel, te dirás:
«Yo ignoro si quizá acabará por convertirse al Islam y terminará sus días en Gracia de Dios y de sus pecados limpio en atención a su fe, mientras que yo — ¡Dios no lo quiera!, pero puede muy bien suceder que permita el Señor mi extravío y la pérdida de la fe y acabe mis días en pecado y me condene, al paso que él se salve.»

Así, pues, no expulsarás el orgullo de tu corazón, si no reconoces que sólo es grande el que lo es a los ojos de Dios, y que esto depende de que coincida la muerte con tú estado de gracia, y que este suceso es cosa dudosa.

De esta manera, el temor y la duda de morir en desgracia de Dios impedirá que la soberbia no te haga fracasar con el trato respecto a tus prójimos, pues, aunque ahora te creas seguro de estar en Gracia de Dios y de poseer la fe, éso no te garantiza que puedas cambiar de estado en lo futuro, ya que Dios cambia los corazones de sus siervos, dirigiéndolos o extraviándolos, según le place».

 

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